2019 EN JUGADORES, EXPERIENCIAS Y ALGÚN FRACASO
De plantar miedos y emociones, caminar por el fin del tiempo y bailar encima de una moto
Hacemos listas para prácticamente todo. En medio de todas nuestras derivas cotidianas, las listas nos ayudan a orientarnos de hora en hora, de día en día, de año en año: sirven para notar algún tipo de suelo bajo los pies, para no tener que pararnos demasiado a pensar la dirección del próximo paso, para enmarcar horizontes de quita y pon. A veces son listas de lo que hemos hecho, y otras de lo que nos gustaría ser; a veces están hechas de pan, queso y cerveza, y otras de libros por leer, juegos por jugar y textos por escribir; y a veces son puros propósitos para intentar encarar la incertidumbre de lo que viene, y otras la hoja de doble filo que con la que intentamos canonizar un circuito que, entre otras razones, crece a toda velocidad precisamente porque no tiene de bordes definidos. Esto último es algo que se intensifica aún más en estos días de punto y seguido, de girarnos un instante a ver qué hemos jugado durante los meses pasados a fin de ponerle apellidos al año, aunque el significado de 2019 para cada une de nosotres sea, en el fondo, algo demasiado profundo, complejo y lleno de tentáculos. Algo que se resiste a ser listado, pero que no nos resistimos a listar.
Con todo esto en mente, este año nos hemos propuesto cambiar un poco la manera en que encaramos este tiempo de listas. Hemos mantenido la forma, para intentar centrarnos en cambiar un poco el fondo: seleccionamos tres juegos que nos han marcado en 2019, pero no tanto para contarles a qué hemos jugado, sino cómo hemos jugado. Nos hemos reunido desde rincones muy diversos del ecosistema de los juegos: hablamos desde la crítica, desde la investigación, desde el desarrollo y desde la divulgación; hablamos desde lo mainstream y desde lo indie, algunes desde esa desorientación que libera y destruye las fronteras algo absurdas que dibujamos siempre entre diciembre y enero, y otres desde la persecución impuesta de la actualidad; hablamos desde la Historia, desde las historias, desde el periodismo, desde los espacios, desde la enseñanza, y desde el descubrimiento. Somos dieciséis jugadores y jugadores, dieciséis voces y experiencias reunidas por el acto universal de jugar. Cada une con su 2019 particular.
Yendo a lo personal, y porque creo que es justo que yo haga el mismo esfuerzo de aterrizar este año que ya se marcha que he pedido a los demás, para mí han sido doce meses de transformación. Arranqué el año poniéndome al frente de esta redacción y el trabajo conjunto con todas las colaboraciones ha sido una estrellita colgando día tras día encima del ajetreo cada vez más intenso en que se ha ido convirtiendo esto de hablar del videojuego como el medio cultural que es. Este 2019 ha sido, también, un período de acercamiento a gente increíble que me ha enseñado todo lo que yo intento, ahora, enseñar: otras maneras de ver, de hablar y de jugar; un camino y unas herramientas para comprometerme, reflexionar y discutirme cosas que siempre dí por hecho, o peor, por sabidas. Mi año es un líquido que arrancó en los desiertos de Marte, pilotando por mi vida en Desert Child, que se movió en un tren que iba y venía de la Londres flotante, oscura y líquida de Sunless Skies, y se paró un rato a ver cómo Talma se moría la última en su parcelita de The Stillness of the Wind; fue un gorila rabiosamente liberado que repartía hostias como baterías en Ape Out, un ganso que sembró un mal juguetesco y travieso por las calles de Untitled Goose Game, la viejita de Vasilis buscando a su marido entre las llamas y los muertos de la ciudad y la azafata de tren de TUTUTUTU que se pegó con el dios del Té para que les devolviese las bocas a sus pasajeros; fue un astronauta que en su primer viaje se recorrió toda la galaxia para ser testigo de ese final en Outer Wilds que necesitaba que alguien estuviese allí para que poder terminar de terminarse, la chica que salió de un garito de falafel para bailar encima de una moto entre las lobas de Sayonara Wild Hearts, la que encontró una casa en Mutazione y la bruja que ayudó a que la ciudad de A Bewitching Revolution luchase por su libertad con un tarot y un caldero para pócimas; y también fue La Casa Inmemorial de Control, las laderas de basalto de Death Stranding, y los simulacros de ciudad de Hitman 2, que no salió en 2019, pero sí que ha sido el año en el que lo vi con ojos nuevos.
Como se puede apreciar en mi lista, a parte de haber hecho trampas por no haberme quedado solo con tres experiencias, yo he sido uno de esos que ha tenido que correr detrás de los lanzamientos para, entre otras cosas, poder comer. A veces jugar también es eso, sobrevivir, trabajar e intentar que la dignidad sea menos sueño y más realidad. Por suerte he podido encontrar huecos entre los que abrirme a obras viejas para las listas, pero nuevas para mí: al otro lado de un iPad había juegos que ni sabía que existían, entre palomitas y keroseno redescubrí cómo se juega en un sofá, y el juego que marcará mi salida del año salió hace casi tres décadas. Cada vez que me paro a pensarlo, siento que 2019 ha sido un buen año para los juegos, pero tras leer todas las pequeñas listas que hay aquí abajo creo que, por encima de cualquier cosa, ha sido un buen año para quienes jugamos. Y si de algo tengo ganas de cara a 2020 es de saber, cuando esté acabándose, cómo ha sido para los demás el haber pasado otros doce meses jugando. Más listas en las que recoger qué hemos aprendido, de qué hemos hablado y cómo hemos cambiado.