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jueves, 1 de octubre de 2015

El juego ha cambiado [indie-o-rama]

He visto a gente jugar en condiciones que no creeríais. He visto a señoras de cincuenta años jugando al Candy Crush (King, 2011) de pie, con una mano, mientras con la otra se agarraban a la barra del metro, a las siete de la mañana en plena hora punta, con el móvil tan cerca de la cara por ir como sardinas en lata que casi podían mover las piezas con la nariz. He visto a señores de la edad de mi padre jugando al Threes (Sirvo LLC, 2014)en el iPad a las siete de la tarde, sentados en el tren de vuelta a casa, y he recordado cuando mi propio padre me decía, con semblante reprobador, que jugar a todas horas era un síntoma de aquello que Antena 3 convirtió en un drama nacional llamado “adicción a los videojuegos“.

He visto niñas de cinco años manejar un juego de tablet con una habilidad tal que hará que a los diez años puedan apalear a Daigo Umehara sin usar más que slides sobre una pantalla de cristal. ¿Es esa gente menos jugadora que quien exprime un AAA de consola hasta el último logro o tumba al último boss de raid de un MMORPG? Sinceramente, no lo creo.

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Si hay algo más incoherente que un obrero de derechas es un jugador de videojuegos intolerante. Partimos de la base de que hemos ganado. De que si veo al señor de la edad de mi padre echando vicios al Threes es porque lo de jugar a videojuegos está tan normalizado que, demonios, un señor de la edad de mi padre está jugando al Threes en su tablet. Y que si le preguntas posiblemente no se considerará gamer, ni hardcore, ni casual, sino alguien con tiempo muerto que llenar. Es alguien que no lee webs especializadas (ni siquiera creo que sepa que existen), que no sabe qué es el E3 ni le interesa, que no sabe quién es Shigeru Miyamoto y que sólo quiere relajarse un rato de vuelta a casa con un videojuego.

El discurso pobredemí y marginado de gamer al que discriminan por su afición, y que discurre paralelo al del jebi y al de cualquier subcultura adolescente susceptible de ser usada como seña de identidad, murió de viejo hace años. Todo el mundo juega, en mayor o menor medida, y además la mayoría son mujeres. Y si algo le jode a quien se ha apropiado de un discurso victimista para vertebrarse en torno a él y autorreafirmarse es que le traten como a un ser humano normal. Que ya no sea especial. Si no soy una víctima de la sociedad, ¿qué soy, entonces? ¿Qué me queda, si me quitas lo único que creía tener? Nada desequilibra más a una víctima que nunca lo ha sido que derrumbar sus muros para que entre el sol y un poco de aire que ya está bien lo que huele esto a cerrado por favor que vives como los animales.

Usar una afición para reafirmarse es una fase; como el acné, odiar a tus padres o leer la Dragonlance. Sabe el Emperador, amado por todos, que vivimos en un mundo que nos facilita la extensión de la adolescencia hasta bien entrada la edad adulta y que, por tanto, cada vez se ve a más treintañeros con actitudes que deberían haber superado hace tiempo, y eso es un problema que merece un debate aparte, pero demonios, hay que seguir intentándolo. Usar una afición como arma arrojadiza, como empalizada, como foso con cocodrilos que separa al mundo en ellos y nosotros, es pervertir completamente todo aquello que significa tener una afición. Que algo te guste implica que también disfrutas de la compañía de quien comparte tu hobby. ¿En qué momento pasamos del «¿te gusta lo mismo que a mí? ¡Mola!» al «¿Te gusta lo mismo que a mí? Bah, poser»? Esa necesidad de que siempre y en cualquier circunstancia la punta de tu joystick es el centro del universo alrededor del cual órbita toda la realidad conocida.

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Los videojuegos son arte y cultura, pero no quiero que se les someta a crítica cultural porque no me gusta lo que leo y a fin de cuentas son sólo videojuegos, tampoco nos lo tomemos todo tan en serio que hay asuntos más importantes que discutir. Quiero que los videojuegos sean un entretenimiento masivo (como si no lo fueran ya) y lleguen a cuanta más gente mejor, pero me pongo yo en la puerta y digo quien puede entrar y quien no en un club del que me he proclamado portero sempiterno. Ojalá más chicas jugasen, pero en cuanto conozco a una que juega me burlo de ella llamándola fake gamer girl porque, venga, seguro que es todo pose para llamar la atención. Me compro simuladores de cabra y de rebanada de pan de molde a la vez que me río de los que juegan en su móvil o tablet, porque eso ni son juegos ni son nada. Y además generalizo usando la expresión juego de móvil para englobar una variedad de categorías que no me he molestado en conocer pero cuya ignorancia sobre ellas no me impide burlarme de quien juega. Soy el tipo más duro con un M4A1 en las manos, pero estoy tan acomplejado que mi única salida es embestir y destrozar todo lo que hay delante de mí porque soy incapaz de encajar en una sociedad de la que me he aislado voluntariamente y ahora ya no sé salir de la trinchera que yo mismo he cavado.

¿Les suena esta actitud? ¿Toca alguna tecla sensible? Sé que conmigo sí la toca porque yo era así hasta hace relativamente poco tiempo. Para escribir esto no he necesitado más que recordar lo mastuerzo que he sido durante muchos años. Tan sencillo como eso. Esto es un hobby, maldita sea. Complejo, amplio, susceptible de ser apasionante y de suscitar debates muy interesantes, pero lo que desde luego no son los videojuegos es un estandarte que ondear como seña de identidad o un elemento desintegrador que divide en lugar de unir.

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¿Es menos videojuego el Ogame (Gameforge, 2002) que un Sins of a Solar Empire (Ironclad Games, 2008) sólo porque uno se juega en navegador y el otro en PC? He conocido a auténticos hardcore del Ogame que organizaban su vida en torno al horario de viaje de su flota para estar en casa en el momento en que llegaba a su destino y poder enviarla de nuevo. ¿Es menos videojuego un Radiant Defense que un Dota 2 (Valve Corporation, 2013) sólo porque uno se juega en una tablet? Prueben a llegar a la fase veinte del Radiant y me cuentan. Despreciar un juego sólo por el soporte o el target es de una soberbia absurda y bastante estúpida.

Porque no eres lo que juegas. Y la señora de cincuenta años que juega al Candy Crush en el metro a las siete de la mañana es mucho más hardcore que tú. Así que no seas capullo.