Por algún sentido de plenitud, creo que es pertinente comenzar este último texto citando a Terry Eagleton y su La función de la crítica. Además, escribo este desde el jueves de esta Semana de la crítica, con lo cual he podido repasar el libro y darle un nuevo significado a lo que iba encontrando. Dice Eagleton que en la sociedad inglesa dieciochesca, el ideal de la burguesía era un igualitarismo total (aunque fuese solo entre los hombres y burgueses) donde el único bien que tenía cada uno era su propio discurso. Solo así es posible «la comunicación sin dominación, pues persuadir no es dominar y trasladar una opinión, es más un acto de colaboración que de competición».
Esta Semana de la crítica, tal y como la plantee hace ya un tiempo ante mis compañeros de esta santa casa, no tenía mayor intención que la colaborativa. Un texto, radical o no, beligerante o no, que diese para discutir la situación actual de la crítica. La crítica es, sin embargo, no uno, sino ciento. Como hemos visto, hay distintas fomas, maneras e ideologías de abordar la cuestión crítica. Por eso, me resulta interesante cuestionarnos esta «esfera discursiva» para dejar patente cual es nuestro ideal y nuestro objetivo en él, sea este trascender (si esto es posible) o el mero entretenimiento.
Antes, un par de correcciones. Como bien apuntaba Roldán García (uno de los padres de Xenogamers) y Ruber Eaglenest (a este ya lo conocéis), la cuestión de llamar análisis a la crítica es puro mecanismo de SEO. Hay formas de trampearlo (como me explicaba Javier Alemán), pero no suele ser lo habitual. Supongo que, entonces, esto permanecerá así mientras las reglas del SEO no cambien o nosotros nos decidamos a cambiar, pues el SEO es moldelado por todos. De hecho, la propia descripción en el Twitter y el canal de Yotube de Bukkuqui pone de manifiesto este término, que me había saltado por pura ceguera al acercarme demasiado al objeto de estudio.
@Alcarendor @Kyuni @indieorama básicamente. En @Niveloculto lo hacemos por SEO, pero encabezamos el post con “Crítica”
— Javier Alemán (@dottorealeman) junio 22, 2015
Me gusta un crítico que sea capaz de darme un enfoque distinto. Una perspectiva que nunca habría percibido. Otra manera de ver las cosas.
— Guillermo G.M. (@OldMith) junio 22, 2015
@OldMith Yo lo que quiero es alguien que se moje contando su experiencia personal o sus gustos personales no un robot objetivo #criticIOR — Anxo (@Anxobc) junio 22, 2015
Por otro lado, sí ha habido un par de reflexiones interesantes sobre el ideal que buscamos en la crítica, que habla más de nosotros como lectores que nosotros como creadores. Ambas posturas incluyen el ego, claro. Este ego mal controlado es el que nos hace ver la comunicación como una competición más que como una colaboración, el que convierte la lectura de un texto en una lucha entre el autor y el lector, siendo el texto su campo de batalla. Esto convierte la propia crítica en un simple manejo de juegos, siendo los perjudicados los videojuegos y la sociedad que se crea a su alrededor.
A pesar de ponerme metadiscursivo, tenemos que debatir sobre debatir. Me ha llamado la atención cómo el primer día (a los otros cuatro nadie les ha prestado caso, lo cual me ha tranquilizado bastante) los propios críticos rechazaban la discusión sobre la crítica. No sé cual es exactamente el problema. Comprendo que, efectivamente, la discusión es tan añeja como la crítica en sí misma. Sin embargo, se me antoja que ahora mismo es el mejor momento para debatir sobre la crítica, ya que la pluralidad para crearla se ha multiplicado. Nunca en toda la Historia de la humanidad tanta gente ha debatido sobre temas tan concretos (Tumblr, de hecho, está lleno de análisis detallados de gestos en películas que duran segundos). Por eso me resulta llamativo que los profesionales en esto o, tan solo, los aficionados a ello, no se replanteen el modo de hacer las cosas.
Pienso (el ego, otra vez) en el texto de Leigh Alexander sobre matar al gamer y cómo transformo nuestra (mi) forma de ver la sociedad de videojuegos. Era un texto sobre una tipología de jugador, pero también una forma de entender la propia actividad de jugar y cómo nos relacionamos entre nosotros a partir de esta. El término gamer ha pasado desde entonces a nuestro (mi) vocabulario con cierta intención burlona e incluso despectiva. No me sorprende, entonces, encontrar este texto sobre el E3 donde Leigh Alexander llama al Consumidor con versalita, de forma que se refiere a la masa que está atendiendo al evento al borde del asiento.
Así que, volviendo otra vez a la misma idea, no sé por qué no nos deberíamos plantear desde el punto de vista de los que escribimos sobre esto el cómo hablamos sobre videjouegos. Ya lo decía Eurogamer y, sin ir más lejos, Destiny nos da un ejemplo de ello. ¿Qué juego será Destiny en cinco años? ¿Los análisis del día de su salida tendrán algún sentido? ¿Y análisis sobre el LoL o el Dota 2? ¿Podría haber una crítica que hablase de los videojuegos desde su espectro competitivo (si el Street Fighter V está más desequilibrado que el IV, por ejemplo)? No es hablar de si una crítica es valida por sí misma (esto se mediría de otra forma, como la argumentación que use, un tanto subjetiva, o una ortotipografía correcta, objetiva) o necesaria (aquí el lector es el que le otorga este valor), sino de su coherencia o, incluso, pertinencia, determinada por el contexto.
Me planteo entonces, como solución obvia, que el problema ha nacido de mi. Primero, porque no he sabido explicar mis intenciones y propositos en este extraño experimento que ha sido dedicar toda la semana a un tema que en la primera entrada ya estaba agotado. Segundo, porque no he sido claro en mis hipotesis, argumentos y conclusiones. Tan solo me interesaba analizar las obras críticas en sí mismas, sin la mediación de los propios creadores o los medios donde se publicaron (de nada serviría preguntarle a Hitchock sobre la escopofilía en La ventana indiscreta). Tercero, porque de nada sirve plantear un tema que no resulte atractivo ni genere debate o emociones en los demás. Es fácil de percatarse de esto, claro, cuando ya es tarde.
La única conclusión que saco, a posteriori y después de repasar mis propios textos, es la cantidad de ejemplos anglosajones que se pueden sacar, a cambio de los pocos patrios. Veo la cantidad de blogs españoles que intentan cosas diferentes, más acertadas o menos, con más intereses o más tediosas, pero internet y el tiempo libre da espacio para el riesgo y la oportunidad desatada. Esto no se traduce en grandes cifras o una repercusión real (si creéis que esto es una llamada de casito, imaginadme con el puño en alto, mirando al infinito, al borde de un acantilado, por favor) más allá de un círculo muy pequeño. Me da esperanzas, sin embargo, que se hable tanto de cada vídeo que saca Scanliner, el mejor youtuber que tenemos hablando nuestro idioma, o que Anait se pueda mantener mediante su Patreon.
Son estas pequeñas victorias ajenas a mí las que me impiden caer en el desencanto, aunque a veces me hunda en él durante días. Igual que las amigas que saltan de la autonomía precaria al gran estudio de desarrollo. O aquellos que, viniendo de la nada, aparecen en las pantallas de una presentación de E3. Esto nada tiene que ver con la crítica, claro, pero ansío el mismo aperturismo, la misma capacidad para hablar de ello, discutir, debatir, como colaboración, no como competición, para llegar a uno o varios fines que se ajusten a todos y cada uno de nosotros. No plantearnos lo que hacemos como si nunca lo hubiésemos hecho solo limita, solo nos encierra para siempre hasta que llegue el desencanto.
Fuente: indie-o-rama
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